La filosofía estoica está llena de cosas práticas y útiles para el hombre actual. Utilizaremos la historia como memoria del Ser Humano.

 

     Alrededor del 300 a.C. Zenón de Citium fundó en Atenas una escuela de filosofía, llamada estoica, en un lugar conocido como el Pórtico de las Pinturas, una especie de museo decorado con cuadros de Polignoto.

     En dicha escuela podemos distinguir tres periodos, de los cuales el último se puede considerar como el más rico. Dicho periodo abarca los dos primeros siglos de nuestra era y es una etapa netamente romana. Los filósofos más destacados de esta etapa son Séneca, Epicteto y Marco Aurelio.

     Hablaremos primero de los precursores del pensamiento estoico, que fueron los cínicos. Diógenes fue la figura más destacada de este movimiento, por sus extravagancias. Se afirma de él que vivía como un mendigo en medio de la ciudad, con un tonel por albergue, y que practicaba el sexo a la vista de todos. Por estas y otras muchas conductas fue Diógenes mucho más famoso que su maestro y fundador de la escuela cínica, Antístenes, discípulo, a su vez, de Sócrates.

     Por esta razón, hoy acusamos de “cínicos” a los que se burlan de la moral y las convenciones. Sin embargo, esto es simplificar demasiado el significado que tuvo esta escuela en su momento.

     Igualmente, hoy se dice que soportamos “estoicamente” los males cuando lo hacemos con serenidad.

     Frente a la rebeldía del cinismo, el estoicismo destaca por su búsqueda de la felicidad en la sabiduría y la virtud.

     Tanto cínicos como estoicos no buscaban sino una respuesta a las grandes cuestiones: ¿cuál es la mejor forma de vivir?, ¿cómo conseguir la felicidad?... Hoy en día no hacemos sino buscar lo mismo que ellos, pero quizás nos apoyamos menos en la filosofía y más en las cosas materiales, para continuar desorientados en la eterna búsqueda.

     Para los antiguos estoicos el universo era una infinita materia viva y unitaria, y la vida, un eterno ciclo que se repite rítmicamente, donde cada uno de esos ciclos tiene un matiz de purificación mayor respecto al anterior.

     En todo lo que sucede, puede observarse el juego de un par de fuerzas: necesidad y finalidad, según las cuales hay una ley que hace necesarios los hechos de nuestra existencia y un objetivo que les da un sentido.

     La necesidad es enemiga de la casualidad, tan valorada en nuestros días, y la finalidad estriba para ellos en Dios, tomando como ejemplo la Naturaleza.

     El mal, o lo que los hombres consideran mal, no es más que una falta de conocimiento, que provoca como reacción el conocimiento justo, aunque sea a través del dolor. Esta es una ley muy antigua, corresponde al karma hindú y, en su parte material, al principio de acción y reacción de nuestra física actual.

     El hombre vence sus propias pasiones en la medida en que las conoce. Esta frase nos recuerda esa otra, tan conocida, que dice “conócete a ti mismo”.

     Reiteradamente nos hablaron los estoicos de que la principal escuela de armonización está en la Naturaleza. El vicio queda reducido, en este caso, a la incoherencia del hombre respecto a la misma y la libertad es poder conjugar la voluntad humana con la necesidad divina.

     El hombre sabio, armonizado y libre, es también, en una palabra, un hombre feliz. Toda la doctrina estoica rezuma un sentido de actividad consciente y serenamente feliz, donde el deber no tiene la amargura de las ideas rumiadas incansablemente, sino la alegría de la acción más allá de las recompensas.

 M.ª Ángeles Castro Miguel

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