Si la mujer sabe dar vida y energía, entonces será una verdadera protagonista. Vivimos una larga lucha de reivindicaciones para que las mujeres puedan ocupar un lugar digno dentro de la sociedad. Pero no dejo de preguntarme si vamos por el camino correcto, si hemos escogido la vía justa, porque todas estas reivindicaciones piden para la mujer mayor desarrollo económico, mayores posibilidades de trabajo, mayor seguridad laboral, mayor respeto, mayor dignidad, pero se trata siempre de un sitio dentro de la sociedad, nada más que un sitio físico. Pero muy pocas veces se toma en cuenta, además de este sitio, esta dignidad y este respeto, el alma de la mujer. A pesar de todas estas grandes luchas que viene recogiendo la Historia, sobre todo en los últimos siglos, en el momento actual seguimos registrando quejas y malestar. La mujer no está satisfecha con el papel que tiene en la sociedad. No está satisfecha laboralmente, no lo está con sus remuneraciones económicas, y aun desde el punto de vista humano, diariamente podemos recoger en todos los medios de comunicación la cantidad de malos tratos a los que se ve sometida la mujer y sus constantes denuncias. Si la mujer tiene que conquistar un papel en la sociedad, ¿es simplemente una conquista o una reconquista? Estas reivindicaciones, ¿lo son porque la mujer ha perdido el papel que tuvo alguna vez, o no lo tuvo nunca en la Historia? Creemos que sí lo tuvo y se trata más bien de una reconquista, de algo que se perdió. Un somero repaso histórico nos demuestra que en todo momento ha habido ejemplos de mujeres extraordinarias que, más allá del tiempo y de las circunstancias, han demostrado un valor incalculable, una gran entereza y una capacidad para destacar y ocupar páginas importantes en su momento. No me refiero solo a ejemplos individuales, que siempre los hubo, sino que existieron civilizaciones cuyos criterios permitieron a la mujer ocupar un lugar importante, su propio lugar. Y no solamente aquellas civilizaciones que se destacaron como matriarcados, sino muchas otras que hoy llamaríamos patriarcados y que, sin embargo, dieron a la mujer un papel sustancial. Hoy, a través de los medios de comunicación y de la literatura, han salido a la luz muchas novelas de carácter histórico y semihistórico, donde vuelven a aparecer aquellas viejas civilizaciones matriarcales en que la mujer era el personaje fundamental, las diosas las deidades principales, y todo giraba en torno a esa figura que parecía nuclear a los seres humanos. No es que la mujer hubiese acaparado el poder y dejase al hombre en un puesto secundario; simplemente, tenía un papel preponderante y era el centro de la vida. Tal vez esto es lo que se haya perdido. Este papel de eje, centro, núcleo, como reflejan los mitos griegos y romanos, cuando hablan de esa diosa tan particular del Fuego: está en el centro de la Tierra, en el fuego del altar, en el del hogar, en el centro de la casa y del templo... Eso es la mujer. Ese fuego es vida y tiene la capacidad de que todo se concentre a su alrededor. ¿Cómo ha ido perdiendo la mujer esta identidad de centro, de núcleo? Por varias circunstancias, algunas de carácter psicológico, otras de carácter religioso, y otras que son suma de todo ello y de muchos otros factores. Psicológicamente, se ha hecho excesivo hincapié en el aspecto negativo de lo femenino. Aspectos negativos los tenemos tanto hombres como mujeres, pero se ha reafirmado que la mujer es pasiva, poco creadora, posesiva: como no se mueve, quiere tener cosas sin moverse. La mujer es manipuladora para conseguir todo lo que quiere. La mujer es demasiado sensible, demasiado emotiva y voluble, y es variable... Con esta psiquis tan especial nunca se le puede encargar un trabajo eficaz que se pueda llevar a buen término, porque quién sabe si en mitad del trabajo no se arrepentirá y lo dejará todo. Desde el punto de vista religioso –en su interpretación externa, y no esotérica– se ha hecho de la mujer un símbolo del mal. Yo no sé cómo nos ingeniamos las damas para conquistar ese lugar de pecadoras, de tentadoras... ¿Y todo eso partió de una costilla? Hay que reconocer que con poca cosa hemos hecho mucho. Esto ha llegado a pesar en la psiquis del hombre y de la Humanidad en general. La mujer, cuando es joven y guapa, es codiciada, y al mismo tiempo se la rechaza, justamente porque se la codicia a escondidas. El que sea joven y guapa, ¿es símbolo del mal y de la tentación? Sin embargo, si está tranquila y encerrada en casa, y cuida de sus tareas y de sus hijos, entonces es buena y tiene aceptación. Y si ya es una venerable anciana y no molesta a nadie con sus encantos, también se la acepta y se le puede pedir un consejo. Eso no es justo. La mujer es siempre la misma. Todo esto ha hecho que la mujer, en parte, empezara a dudar de su propia identidad. Encontrándose en inferioridad de condiciones, decidió salir a competir con el hombre. Empezó una larga lucha, no ya por reconquistar sus propios valores, sino por competir con el hombre en la sociedad. Y esta larga lucha, sobre todo en los dos últimos siglos, lejos de devolver a la mujer su seguridad interior, la ha debilitado todavía más. Muchas mujeres compiten con el hombre, pero necesitan del aval y de la aprobación del hombre. Son triunfadoras que destacan en la sociedad, siempre y cuando haya uno o varios hombres que las aprueben y que les den el visto bueno: «eres buena porque has logrado introducirte en una sociedad de hombres”, “eres buena porque te aceptamos, porque te dejamos trabajar junto a nosotros”, “eres buena porque reconocemos que tienes responsabilidad, capacidad». Es una competencia dependiente, porque se sigue necesitando de esa aceptación masculina. Es una competencia que le hace perder a la mujer sus verdaderas características, porque tiene que luchar, trabajar, conquistar, pelear como un hombre, no como una mujer. No lo hace como ella es, sino que intenta hacerlo tal y como lo hace el hombre. Lo curioso es que muchos sociólogos llegan a la conclusión de que esta mujer triunfadora, que conquista lo que ha soñado, que tiene un puesto excelente, un sueldo maravilloso, que es agasajada y respetada, llega un momento en que se pregunta: ¿y todo esto, para qué? ¿Y ahora qué hago? Porque el problema es que se sigue sintiendo insatisfecha, cansada, siente que abandona el hogar, que le gustaría estar más con sus hijos, si los tiene... Es una lucha cuestionada al principio: ¿va la mujer por un camino acertado? ¿Es su camino competir con el hombre, equipararse al hombre, o recuperar sus propias características? Se habla mucho de igualdad entre el hombre y la mujer, pero esta es un arma de doble filo: ¿somos realmente iguales? Cuando se habla de igualdad quiero entender que no se trata de una igualdad absoluta, sino de oportunidades, por cuanto tanto unos como otros somos seres humanos y necesitamos oportunidades en la vida. Y la mujer necesita la oportunidad de expresarse tal y como es, tal y como necesita ser en la vida. En ese aspecto sí creo que debería haber igualdad, pero no de caracteres ni de formas de ser. Lo extraño de este tiempo que vivimos es que, intentando buscar la igualdad entre hombre y mujer, se han confundido tanto las características de unos y otras que hoy es bastante complejo decidir quién es quién, y no me refiero a la apariencia, que es algo muy relativo (a veces hay que mirar dos y tres veces antes de decidir si decimos señor o señora, o perdone usted). La confusión se da en algo más profundo todavía: se cree que difuminándolo todo es como vamos a llegar a parecernos. Es muy difícil que un hombre hoy pueda definir con exactitud dónde reside su ser hombre, y la mujer en dónde reside su ser mujer. Los puntos de referencia son muy relativos y de ahí la confusión: si uno y otro no tienen como punto de referencia su contraparte complementaria, es muy difícil definir su propia identidad. Nuestra mente, nuestra forma de pensar es siempre dual: entendemos lo que es blanco porque lo comparamos con lo negro; entendemos lo que es el día porque lo comparamos con la noche, y cuando queremos hablar del bien lo tenemos que relacionar con el mal; y así siempre, por duplicidades. Hoy en la sociedad faltan puntos de referencia, tanto masculinos como femeninos. Creo sinceramente que no es tanto que la mujer no encuentre su puesto en la sociedad, sino que están todos los valores mezclados. Hay muchos elementos lo bastante confusos como para que ni siquiera los hombres puedan encontrar su propio papel en la sociedad, y no lo encuentran tampoco los jóvenes, ni los niños, ni los ancianos; más allá de que sean hombres o mujeres hoy es muy difícil encontrar valores dignos y poder situarse de una manera justa dentro de la sociedad. No creo que esta confusión sea igualdad; esa otra igualdad que buscamos está en elementos bastante más profundos. Hoy se habla de feminismo y se interpretan generalmente el día de la mujer y sus luchas como movimientos feministas. ¿Qué son estos movimientos feministas realmente? Reivindicaciones, peticiones y alegatos para una mujer que se ha visto relegada durante mucho tiempo a un segundo plano. Si hay un hombre que la proteja, bien sea su marido o su hijo, todo va bien, pero si no hay un hombre alrededor, ella «no es». Y si no hay alguien que la mantenga, ella «no es», y ante esta situación, lógicamente hay reivindicaciones que a veces se transforman casi en revanchismos, en auténticas batallas. Hay un feminismo que es un antimachismo, y se trata de ver quién hace más, quién llena más páginas de periódicos o revistas, quién puede llamar más la atención. Estas son batallas que, por muchos movimientos que se lancen al mundo, están, desde mi punto de vista, perdidas de antemano: son conquistas inestables, porque dependen de unos puntos de vista que hoy existen y mañana no. La verdadera conquista de la mujer reside en descubrir su propia alma. Si estableciera un movimiento reivindicatorio para que sea su alma la que se abra paso –con lo cual también se definiría el alma del hombre– es posible que todas estas competencias desaparecieran. Ya no es cuestión de ver si las mujeres podemos hacer los mismos trabajos que el hombre, pues no creemos que haya trabajos propios de unos o de otros. No hay monopolios de trabajo, lo que sí hay es enfoques diferentes, aunque se haga lo mismo. Se enfoca con distintos sentimientos, con distintas ideas, porque es el alma lo que lleva a enfocar las cosas de otra manera. Esto nos lleva a preguntamos qué es el alma. El alma es la auténtica entidad, el auténtico ser interior, una energía que puede apoyarse en lo material, pero que tiene la capacidad de elevarse hacia lo metafísico, hacia grandes sueños e ideales. En el alma de la mujer, en el alma del hombre existen matices no de diferencia sino de complementariedad, que podrían conjugarse perfectamente y no oponerse. Creo que en el alma de toda mujer hay algo de hombre, y en el alma de todo hombre hay algo de mujer. En líneas generales el alma del hombre tiende notablemente a la acción exterior; la mujer es naturalmente mucho más introvertida. El alma del hombre busca el crecimiento, el desarrollo, la expansión de las cosas; la mujer busca conservarlas, asentarlas, guardarlas. El alma del hombre es impulsiva; el alma de la mujer es conservadora. El hombre se lanza detrás de las ideas, la mujer detrás de las intuiciones... Sería estupendo poder conjugar el alma del hombre y de la mujer, porque entonces tendríamos acción e introspección, crecimiento y salvaguarda de lo que crece. Tendríamos ideas apoyadas por intuiciones... Sin embargo, la cosa no es así; no se ha logrado esa conjunción, eliminar la competencia y lograr el acuerdo, el trabajo común, y comprender que hombres y mujeres son absolutamente necesarios porque ambos forman parte de la Humanidad. La mujer no debería tratar de ser como los hombres, porque no hace falta ser un hombre para ser héroe ni para ser grande; hay mujeres que pueden ser grandes heroínas, pero tienen que descubrir cuál es su guerra, cuál su campo de batalla y cuáles sus armas y sus enemigos. El problema de la mujer es vestirse de héroe masculino, en cuyo caso pasa a luchar en una guerra que no es la suya. Hace muchos años recibí un consejo de mi Maestro, el profesor Livraga, fundador de Nueva Acrópolis. Recuerdo que estaba asistiendo entonces a sus clases de oratoria para aprender a hablar en público. Admiraba su soltura, su manera de moverse, y lo primero que hice fue imitarlo. No tenía más que mirar lo que hacía y copiarlo. Después de una clase me llamó y me dijo: «Así nunca vas a hablar bien, porque en lugar de ser tú misma serás apenas una copia de lo que yo estoy haciendo. Yo explico una técnica, pero tú tienes que hablar como tú eres, tienes que expresarte como tú eres, tienes que encontrar lo que hay dentro de ti. Nunca vas a hablar igual que yo». Efectivamente, nunca podría hacerlo porque no tenía su tamaño ni su estatura ni su voz, y elaboraba las ideas de otra manera aunque dijera lo mismo; desde ese momento intenté ser yo misma y me fue bastante mejor. Lo primero que hay que hacer es aceptarse a uno mismo: ser mujer no es ninguna maldición; es más, creo que la Historia nos ha beneficiado ampliamente con un número extraordinario de grandes personajes femeninos y de una gran cantidad de heroínas anónimas en todos los sentidos que viven cada día su pequeña batalla con una enorme altura interior. Otro consejo es no perder la identidad múltiple de la mujer: la mujer no es solamente madre, ni es solamente esposa. Es también amante, y sacerdotisa, y diosa, y heroína, y artista... Todo eso está dentro de la mujer; su identidad es múltiple y no tenemos por qué renunciar a ella simplemente por intentar conseguir un puesto destacado dentro de los parámetros de lo que hoy la sociedad considera destacado. Desgraciadamente, lo más válido de la identidad femenina se pierde. Si uno no ha encontrado su identidad, el primer paso es buscarla. Algunos sociólogos dicen que para poder encontrarse a uno mismo hace falta realizar un viaje interior. Hay que aceptarse como mujer, no necesariamente en competición con el hombre; no depender del hombre. Ir a lo profundo, aunque esto a veces sea doloroso, porque significa encontrar muchas cosas que no gustan de una misma; pero solo cuando se encuentran, se pueden corregir. Ir a lo profundo significa encontrar muchos valores, y encontrándolos se pueden engrandecer y multiplicar. ¿Qué es el alma de la mujer? ¿En qué consiste ese alma, que debe conquistar para recuperar su verdadero papel, no solamente en la sociedad sino en la Historia? Casi todas las antiguas civilizaciones, las que más interés pusieron en el papel femenino, han descrito el alma de la mujer según cuatro características perfectamente válidas para el momento presente. Se puede hablar del alma de la mujer como vida, como energía, como amor y como sabiduría. Con estas cuatro características, que son sus verdaderas armas, la mujer es la heroína ideal para salir a librar su propia batalla. El alma de la mujer es vida en todos los sentidos, no solo porque la mujer puede dar a luz, sino porque está capacitada para ayudar a vivir, y es la gran educadora. Ella puede criar, impulsar, inspirar... En sus manos está el dar la vida y el mantenerla. Un gran expositor de los mitos modernos, Joseph Campbell, decía que lo fundamental es que la mujer pueda dar vida a un cuerpo, a un alma, a una sociedad y a una civilización, y que si no se le da la oportunidad de otorgar vida, pierde su razón de ser. Necesita insuflar esta vida con su particular forma de energía, que es otra de las características de su alma. Dicha energía no es muy impulsiva, sino más bien una resistencia, una constancia; puede soportar cosas increíbles, como increíble es su paciencia. Esa es una gran arma para ella, no porque esté oprimida, sino porque es resistente. Quizá no tiene una gran resistencia física, pero tiene una enorme resistencia psicológica; esa es su energía, que puede transmitir en forma de serenidad, en forma de fuerza ante las dificultades y el dolor. La mujer es amor. Sé que todos amamos, hombres y mujeres. Pero el hombre ama de tal forma que incluye el amor dentro de su vida, y la mujer hace del amor su vida. Sin embargo, el amor en la mujer es un arma de doble filo: si es amor con minúsculas, se convierte en egoísta, posesivo; es el miedo de no ser amada antes que amar, de no ser valorada antes que valorar. Pero si despierta como alma, entonces es la gran capacidad de unión, es el fuego del hogar, del centro de la tierra y del centro del templo. La mujer une, tiene la capacidad de cohesionar, de aglutinar, de congeniar personas y almas, de poner de acuerdo a quienes no lo están. Su amor es una gran generosidad, así como capacidad de percibir la belleza, la armonía y luchar por la justicia. Por eso la mujer es amor y también es sabiduría, con una mente práctica y ordenada pero con el discernimiento que la caracteriza. Porque si le preguntamos por qué hace las cosas siempre sabrá contestar. Y, sobre todo, tiene una gran fuerza que no debe desaprovechar jamás: su intuición, que anticipa cosas y las presiente con enorme habilidad: esta es su fuerza y su sabiduría. Lo llamamos intuición más que adivinación, porque no creo que caiga tan bajo como una simple adivinación: ella simplemente «sabe». En las antiguas civilizaciones se hablaba de iniciaciones femeninas, y hoy, a fuerza de datos confusos, las imaginamos como rituales extraños plenos de imágenes diabólicas; sin embargo, la gran iniciación femenina ha sido siempre la conquista de su propia alma. Todos los grandes mitos de todas las religiones lo reflejan así: el héroe conquista su alma masculina; la heroína conquista su alma femenina. Y hay otros mitos que nos hablan de una guerra para el hombre y otra para la mujer. Cuando Heracles decide recorrer el mundo porque hay doce pruebas que le aguardan, es evidente que enfrenta unas pruebas propias de la masculinidad, aunque tengan siempre características transmisibles a lo femenino. Pero también hay en los mitos una historia típicamente femenina: es la historia de Perséfone, joven encantadora muy apegada a su madre, la Gran Diosa Madre de todos los dioses. Un día la diosa ve cómo su hija es raptada por el dios del submundo, de la tierra profunda y de la oscuridad; se abre una grieta, aparece el carro de Hades y allí donde estaba Perséfone jugando con sus compañeras, queda sólo el vacío. Este es el mito de la mujer. En realidad, no es raptada exactamente. Es su descenso al alma, su interiorización y su iniciación. Ella necesita esa introspección, coger semillas del mundo oculto, subterráneo, esotérico, del mundo de los misterios. Deméter busca a su hija inútilmente, porque esta solo saldrá a la superficie de la Tierra cuando llegue el momento. Cuando Perséfone vuelve al mundo, abraza a su madre porque vuelve a encontrarse con la diosa; pero en ese momento la joven inexperta es una auténtica mujer. Vuelve del submundo con unas semillas de sabiduría que no podrá olvidar jamás. En el submundo ella se ha hecho hija del Padre, y cuando vuelve a la Tierra es hija de la Madre: ahora ya tiene consigo a un dios y a una diosa. Ha conjugado su gran guerra. No compite con el hombre, sabe quién es. Este pequeño mito revela que muchas de esas historias que creemos para niños, o parte de una mitología sin sentido, reflejan el alma del hombre y el alma de la mujer, arquetipos universales en lugar de los estereotipos o ideas prefijadas con las que hoy intentamos salir adelante. Ha llegado la hora de que la mujer pida no solamente un día internacional para ella, sino que sepa ser dueña de sí misma todos los días de todos los meses de todos los años de su vida. Ha llegado la hora de que se sienta la protagonista de su vida y sienta que tiene fuerzas y capacidades para hacer muchas cosas por sí misma, con sus propias características, con generosidad, porque la mujer pide para dar y exige porque siempre sabe tener las manos abiertas. Si la mujer sabe dar vida y energía, entonces será verdaderamente protagonista, y en vez de esperar un día 8 de marzo, habrá todos los días un lugar para la mujer, y un rincón para que pueda vivir armoniosamente con el hombre. Entonces es posible que hagamos un Día Internacional de la Humanidad y disfrutemos de esa paz y esa serenidad que habremos de conquistar, siempre y cuando conquistemos antes el alma de la mujer, y por qué no, el alma del hombre. EL ALMA DE LA MUJER DELIA STEINBERG GUZMÁN Colección perlas de sabiduría Delia Steinberg Guzmán