Podemos definir la tolerancia como “el respeto a la forma de ser y de pensar de los demás.

(...) Para ser tolerante hay que ser consecuente con este concepto no solo cuando se nos daña, sino día a día. 

 

(...) Podemos definir la tolerancia como “el respeto a la forma de ser y de pensar de los demás”, según expresa Bernabé Tierno. Pero algo tan amplio es difícil de resumir en pocos vocablos. Relacionando (...) tolerancia con ideas afines, encuadraremos mejor su significado. Para ello, nada mejor que exponer una serie de valores relacionados con la tolerancia. 

 

El respeto a los demás, que nos ayuda a aceptarlos como son y a comprenderlos. En virtud de este respeto a los demás, les motivaremos a extraer sus mejores valores humanos, les alentaremos al amor, al esfuerzo, a la dación generosa, a la voluntad, a su sentido de la justicia, a la renuncia y, por ende, a sus más elevados sentimientos e ideas, y también sabremos disculpar aquellas actitudes que les apegan a valores exclusivamente materiales y les atrofian las alas del alma. 

 

(...) La aceptación propia, que implica el reconocimiento sincero de nuestros defectos y virtudes, alejándonos de una visión subjetiva. Saber conocerse objetivamente es una de las capacidades menos abundantes en la actualidad, y ello, a su vez, nos impide la justa valoración de los demás. 

 

(...) La convivencia, que según la definición del Prof. Livraga, “es el arte de vivir y dejar vivir”. Hay que entender la convivencia como una meta muy difícil de alcanzar, a la que solo llegan aquellos que viven con-vivencia, o sea, que tienen un cúmulo de vivencias internas, que reúnen la solera y la madurez suficientes como para enfrentar sus dificultades. La vivencia necesaria para poder convivir se alcanza cuando, además de enseñárnosla bien, la aprendemos bien, la hacemos nuestra y la ponemos en práctica cotidianamente. 

 

(...) La cortesía, que pretende mantener unos modales, como aquellos que eran propios de las cortes de antaño, en que ciertas pautas de conducta –cuando no eran aún fingidas– ayudaban al trato correcto entre las personas. Cuidar las formas corteses es necesario para alimentar la tolerancia y la convivencia, pues dejan entrever los sentimientos de aprecio y respeto a los otros, ya sea a través de un saludo afectuoso y sentido, de unas palabras de apoyo, de la deferencia de los alumnos hacia los profesores y viceversa, del trato amable del hombre hacia la mujer (...), y a la inversa, de manera que unos y otros vivan más pendientes de los demás que de demandar atenciones para sí. 

 

La concordia, que ayuda a vivir fraternalmente, partiendo de valores que no surgen de la esfera individual, sino de ver en los seres humanos la esencia común. 

 

(...) La solidaridad, que nos impulsa a compartir, a aportar algo valioso de nosotros a los demás, y no únicamente lo que nos sobra. Hace falta una solidaridad que no trate tan solo de poner parches en los males de otros, que no prime solo la ayuda humanitaria material, que no entregue solo peces, sino que les aporte también la caña de pescar a los desheredados de la tierra… Esa solidaridad debe también llenar conciencias vacías, alimentar sueños y esperanzas, capacitar en oficios, instruir filosóficamente en el amor y respeto a los demás, enseñarles a construir un mundo fraterno… 

 

Ninguna política de solidaridad que no hunda sus raíces en lo profundo de las conciencias podrá perdurar, y será “pan para hoy, pero hambre para mañana”. Del mismo modo que sobran ecologistas de pancarta y manifestación, hacen falta voluntarios que ofrezcan parte de su tiempo para aportarlo por bien de los demás, para ayudar en lo que realmente importa, y además fundamentar los cimientos de una cultura rica en valores humanos, sobre los que se yergan hombres capaces de crear un futuro mejor.   

 

(...) En efecto, el mundo no será mejor porque lo gobiernen grandes tecnócratas o profesionales, o personas de un signo u otro, ya sean musulmanes, cristianos o budistas, sino porque esté regido por hombres capaces de creer en el “ser humano”, que sepan discernir y ver lo bueno, lo bello y lo justo, y no alienten las luchas políticas ni religiosas que tanto daño han hecho a la humanidad.  

 

Extraído del libro “Peligros del racismo. Reflexiones acerca del problema del racismo y alternativas filosóficas para erradicarlo”, fragmentos del autor Ramón Sanchis Ferrándiz 

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