El héroe por excelencia de la tradición greco-latina.

El último ciclo de pruebas: la conquista final de la inmortalidad

Las tres últimas grandes pruebas de Heracles significan viajes a lugares remotos, fuera del tiempo y del espacio conocido. Se trata de pruebas con un carácter marcadamente iniciático; son las últimas y más duras del camino. Superando a Heracles individuo, se canalizan elementos civilizadores y fuerzas que atañen a la evolución de la Humanidad en conjunto.

El héroe, en este punto del camino, ha superado grandes pruebas y se ha ido preparando mágicamente para este ciclo final con las armas de todas las virtudes conquistadas: humildad, pureza, prudencia, perseverancia, templanza, fortaleza o valor, capacidad de renovación o entusiasmo, justicia y diplomacia.

El descenso a los infiernos
En su décima prueba debe descender a ese misterioso mundo del Hades, el reino bajo tierra de los muertos. Allí ha de capturar a aquel que guarda sus puertas fieramente, un perro feroz, un terrible ser dotado de tres cabezas. El mito nos relata que Heracles lo hace bajo el amparo, de nuevo, de la diosa Atenea y teniendo como guía al mismo Hermes. Se trata de encarar, en una clave, ese lado oscuro que subyace de forma más profunda en el ser humano. Se trata de enfrentar esos miedos  más profundos y lograr una verdadera transformación.

De nuevo, nuestro héroe ha de luchar con sus manos desnudas y solo contra la bestia; ningún ser mortal o inmortal puede hacerlo por él. Vence y lleva a Cerbero, amarrándolo por su cola, hasta la luz del día. Vencer al que custodia esa frontera del Hades y controla su paso da la idea, simbólicamente, del dominio y el poder para entrar y salir libremente de esa región de lo invisible. Esta victoria es, en una clave, una victoria sobre la muerte.

A nuestra escala, todos nosotros tenemos ese Hades particular, regiones que preferimos no visitar, verdades que, cuando aparecen en una conversación, desviamos casi mecánicamente, por el dolor que nos producen. Porque sabemos que mejor que estén de momento bien enterradas, como hace Heracles en su camino de preparación. La idea es, precisamente, ir cogiendo fuerzas. Primero hemos de liquidar a unos cuantos leones e hidras, hemos de dar nuestro esfuerzo y crecer en muchas pruebas cotidianas para enfrentar y sacar a la luz nuestro Cerbero.

Los bueyes de Gerión
Heracles, tras ese segundo nacimiento en vida tras su ascenso desde el Hades, enfrenta su siguiente destino. Se trata de la captura de los bueyes de Gerión. En esta prueba el héroe se dirige hacia el occidente, hacia el último confín del mar conocido. Allí ha de encontrar la isla de Eritia. Una vez allí, Heracles lucha contra el gigante Gerión, un ser con tres cuerpos unidos por la cintura, pero uno tras otro caen bajo su poderosa maza. Tras su victoria, sube a los bueyes en la mágica copa que le había dejado el dios Helios para llegar hasta la isla a través del océano, y se dispone a realizar el regreso.

El viaje de vuelta a Grecia le llevará a las tierras de Hispania, Marsilia, Liguria y también por los territorios de los pueblos etruscos en Italia. Tenemos ante nosotros un viaje de duración considerable en que la verdadera prueba es la custodia de los bueyes durante ese tan largo recorrido. El guerrero, en esta ocasión, no solo lucha; también vela por lo conseguido y lo protege. Ahora el regreso exige responsabilidad, dedicación hasta que, finalmente, Heracles ofrende esos bueyes en Grecia en el sagrado altar de Hera. Vencer es importante; para ello se precisa de perseverancia, como cuando se enfrentó con la cierva Cerina, pero ¡qué difícil es transformar los éxitos iniciales en una verdadera victoria! Vencido Gerión, ¡qué largo trecho hay que recorrer para consumar todavía la prueba!

Las manzanas del Jardín de las Hespérides
Heracles, ahora, se enfrenta a su última prueba, la que cierra un ciclo completo. Penetramos ahora en una dimensión más allá de lo estrictamente personal, donde todo se magnifica por la entidad y simbolismo de los seres que va a ir encontrando en este viaje, que va a hablar de claves de la propia evolución colectiva de la Humanidad. Heracles debe conseguir traer a Grecia unas manzanas de oro. ¿Cuántas? Pues, de nuevo, en esta última parte aparece ese número tres. Tres eran las cabezas de Cerbero, tres, los cuerpos de Gerión, y son ahora también tres las manzanas de las ninfas de las Hespérides. El tres es símbolo de lo elevado. El acceso al tres es la conquista de ese hombre interno que late en potencia en nosotros.

Las manzanas son el fruto de un preciado árbol, pero Heracles, en esta ocasión, no sabe qué dirección tomar. Diversas fuentes nos hablan, por un lado, de un largo viaje en el que se dirige a los territorios hiperbóreos, o sea, más allá del norte conocido. Otros sitúan su destino en la región de Atlas. Mas el árbol crecería en un lugar fuera de las coordenadas convencionales, en el mismo jardín de Hera, custodiadas por un formidable guardián, un enorme dragón alado llamado Ladón. Este permanece enroscado al tronco y nunca duerme.

En el camino hacia el jardín de Hera encontrará al gran titán Prometeo, encadenado y víctima del suplicio al que le somete el águila del padre Zeus, que devora día tras día sus entrañas. ¿La causa de tal sufrimiento? Haber dado el fuego de los dioses, la chispa de la conciencia, a los efímeros humanos. Heracles, conmovido ante el dolor y sacrificio del titán, aplasta a aquella ave y libera a Prometeo. Una profunda clave nos hablaría del justo relevo que un día la Humanidad, simbolizada en Heracles, debería ofrecer al piadoso titán, que un día nos regaló la semilla de toda ciencia, arte y mística.

Prometeo, agradecido, lo dirige a quien finalmente le puede ayudar en su búsqueda: el otro titán, Atlas, que sostiene sobre sus hombros el peso del mundo. Finalmente, Heracles vence al dragón, y los tres frutos áureos son la prueba final ante su madre Hera. Pero cuenta el mito que Atenea se encarga de recogerlas y de restituirlas de nuevo a aquel jardín. El héroe nos ha señalado el camino hacia la inmortalidad. Ahora las manzanas vuelven a estar en su lugar original para ser tomadas por el siguiente héroe que se atreva a recorrer dicho sendero. Heracles no nos puede salvar, ningún dios nos puede salvar de nosotros mismos. Su ejemplo nos muestra el camino que hemos de seguir por nuestra propia voluntad. Esta es una gran enseñanza.

Es así como Hera, esa dama del compromiso, cumple la palabra empeñada y admite a Heracles como nuevo dios por legítimo derecho, por cumplir con sus trabajos. Ha aceptado las pruebas y se ha unido a lo más profundo de su alma de forma indisoluble. Hera también entrega a Heracles, en su ascenso al Olimpo, la mano de su hija Hebe, la bella de las sandalias doradas, aquella que por su pureza escancia la ambrosía en los banquetes de los dioses. Hebe es la eterna juventud. Heracles, finalmente, ha conquistado la inmortalidad consciente.

Heracles como modelo humano

Podemos trasladar el mito a cada uno de nuestros corazones y sentir que somos inmortales, que hay una juventud de alma que no se afecta por el paso de los años si mantenemos encendido nuestro fuego, si tenemos a Hebe a nuestro lado. No apagar ese fuego es no apagar nuestros sueños.

En cada uno de nosotros existe esa región escarpada y fuera de todo lugar físico, un recóndito valle donde crece un árbol. Todos tenemos esas manzanas doradas esperando su caballero. Todos tenemos un héroe dentro y un olivo a mano al cual arrancarle una rama para construir con ella nuestra propia maza. Un arma mágica modelada con la propia voluntad. Existe un espíritu de victoria, una actitud heroica, que no depende de las circunstancias. Lo importante no son los avatares que la vida nos ponga delante, sino cómo nosotros afrontamos esas dificultades, no dando nunca la espalda a nuestro más profundo deber humano: luchar hacia fuera y, sobre todo, hacia dentro de nosotros mismos, transformando el plomo de los defectos en el oro de las virtudes.

Los mitos heroicos siempre acompañarán a la Humanidad, porque recrean en lenguaje simbólico nuestros propios paisajes internos, nuestro sino. Todos los seres humanos poseemos una fuerza que nos hace buscar los eternos ideales y nuestra propia perfección. Los personajes de cómic como un “Supermán”, las sagas cinematográficas como “La guerra de las galaxias”, las novelas policíacas o las obras literarias fantásticas como “El señor de los anillos” son solo una versión moderna de los antiguos héroes mitológicos.

El valor trascendente de los mitos

Mientras haya seres humanos, habrá mitos. Los mitos no constituyen un lenguaje opuesto a la razón, sino complementario. Todas las mitologías, tanto modernas como tradicionales, logran sacarnos del tiempo monótono e intrascendente de lo cotidiano y nos llevan al tiempo y al espacio de las realidades trascendentes. El misterio de la creación, el destino, la naturaleza humana, constituyen sus temas centrales. Los mitos no son irracionales, son pararracionales; no están por debajo de la razón, están más allá de la razón.
Todos los creadores saben que la inspiración es un misterio. Por mucho que se haya trabajado, a veces viene y a veces no. ¿Puede haber una imagen más bella que la de las musas griegas hablando al oído a los artistas?

¿Alguien puede explicar por qué una persona muere en un determinado momento y no en otro?¿Hay alguna imagen más certera que la de la vieja parca Átropos –la inflexible– con sus tijeras, con su ovillo de hilo y con su libro registrando el destino de los mortales, esperando el momento adecuado para ejecutar el corte? El momento exacto de la muerte es un misterio que se nos escapa.

¿Por qué nos enamoramos de una persona y no de otra? Se nos escapa. ¿Puede haber una imagen más bella que Cupido lanzando flechas de oro, plata o bronce? A esta dimensión de la realidad, que escapa a nuestra razón y a las explicaciones lineales de la vida, se refieren los mitos.

Necesitamos conocer nuestro origen y nuestro destino. Necesitamos conocer cuál es nuestro papel en este inmenso universo del que formamos parte, en nuestro planeta, en nuestras sociedades, en nuestro entorno. Por eso hacemos ciencia, y por eso hacemos arte, y por eso levantamos templos, y por eso nos entusiasman los mitos, porque nos llevan a esa dimensión de lo primordial, de lo esencial que tanto necesitamos.

Cuando los antiguos mitos decían con una gran profundidad y belleza que los seres humanos estamos hechos de barro y de una gota de la sangre de los dioses, no mentían. Expresaban en lenguaje simbólico una gran verdad. Una parte del ser humano es temporal y se alimenta de lo temporal, y una parte del ser humano es atemporal y se alimenta de lo atemporal. Los mitos no son mentiras, son verdades que nos hablan de la dimensión atemporal del hombre y, al mismo tiempo, nos llevan a ella. En la medida en que despertemos a nuestro héroe interior, pasaremos de habitar el tiempo a rozar la eternidad.

BIBLIOGRAFÍA
“Lo sagrado y lo profano”. M. Elíade. Ed Paidós, 2005.
“Magia, religión y ciencia para el tercer milenio II”. J. Á. Livraga. Ed. NA, 1996.
“Mitología general”. F. Guirand. Ed. Labor, 1971.
“Diccionario de símbolos”. J. Chevalier. A. Gheerbrant. Ed. Herder, 2003.

Arturo López Zabalza

Pilar Luis Peña.

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