Benito Arias Montano y Martín Boza nace en Fregenal de la Sierra, Badajoz.

Fue D. Gaspar de Alcocer, un amigo de su padre, que tenía posesiones en El Castaño del Robledo (Huelva) quien se percata de la inteligencia del pequeño y lo lleva a Sevilla para que estudie. D. Pedro de Mexía, bibliógrafo sevillano, lo toma como discípulo. Al morir D. Gaspar, D. Cristóbal Valtodano, arzobispo de Santiago de Compostela se convierte en su padrino.

 

De Sevilla pasa a la Universidad de Alcalá de Henares donde estudia teología con el doctor Andrés de la Cuesta. Esta Universidad le otorgará en 1552 la primera corona de laurel concedida a un poeta por su oda al Corpus Cristi.

 

Arias Montano acudía a la cumbre de San Ginés, inmediata a Aracena, para estar cerca del anacoreta solitario que allí habitaba e imitarle en la contemplación de la naturaleza e interpretación de los textos sagrados. Tan pronto concluye sus estudios en Alcalá de Henares se traslada a la ermita de la Reina de los Ángeles que se alza en la cima de la Peña de Alájar (localidad próxima a Aracena en la provincia de Huelva). Lleva la intención de restablecer el eremitorio de este lugar fundado por San Víctor, bajo los auspicios de San Isidoro de Sevilla.

 

Fue en la Peña donde se dedicó al estudio de las sagradas Escrituras. Poseía grandes conocimientos filológicos. Dominaba el latín, hebreo, griego, sirio, caldeo, árabe, francés, alemán e italiano, así como todos los dialectos e idiomas de la Península Ibérica. Permanece en la Peña hasta 1559, en que D. Francisco de Arce, cirujano de Llerena, le pide que predique en esta población. Permanece allí cuatro meses en los que aprende medicina y cirugía del propio doctor Arce.

 

Más tarde, en San Marcos de León, toma el hábito y profesión de la Orden de Santiago. Allí se halla en 1552 cuando se está promoviendo el tercer Concilio de Trento.  Son convocados representantes de todas las naciones y Felipe II envía a D. Martín Pérez de Ayala de la Orden de Santiago, quien solicita que le acompañe, como experto de las sagradas escrituras, Arias Montano. Su intervención fue tan brillante, por su amplitud de conocimiento, que desde entonces empieza a ser considerado una gran promesa y una de las inteligencias privilegiadas de la época.

 

En 1556 Felipe II lo nombra su capellán y confesor. Benito pide al monarca que le deje disfrutar de la Peña, lejos de la ostentación de la corte, pero el rey quiere que Arias Montano sea su consejero.

 

Una de los rasgos genéricos del Humanismo es su carácter revisionista y reformista. Esto conlleva  encontrar en gran parte de humanistas cierta actitud de rebeldía interior, subversión, abierta disensión y heterodoxia. Algunos autores ven en los humanistas del XV y XVI a los promotores de un cambio de mentalidad de las postrimerías de la Edad Media al Renacimiento. Adaptando a su tiempo las formas de vida, escritura, pensamiento, política y arte de la Roma republicana e imperial y fundiéndolos con los principios cristianos originales, que se habían adulterado a lo largo de mil años. El regreso a las fuentes a través del estudio de los textos clásicos y bíblicos contribuye a recrear el sueño de un mundo nuevo.

 

Arias Montano, llamado por algunos, escolástico humanista, también fue tocado por ese espíritu subversivo, a veces de forma oculta y otras manifiesta. En cualquier caso mediador entre los dogmas de su época: el protestantismo y la reforma católica. Amigo y condiscípulo de Fray Luis de León, compartía sus mismas convicciones respecto a la Teología. Intelectual cosmopolita: Castilla, Andalucía, Trento, Roma y Amberes.

 

Según Bernard Rekers, Montano estuvo bajo la influencia del “Familismo”, corriente espiritualista que defiende piedad individual y pacifista en los temas políticos del momento. Cristoph Plantin o Plantino, humanista e impresor francés, fue jefe de este grupo en Amberes. Con él convivió Montano los años de su estancia en Flandes y mantiene una entrañable amistad hasta su muerte.

 

Plantino, hacia 1573, publica probablemente en Amberes, “El espejo de la rectitud para contemplación de la verdadera vida”, obra del fundador de “La familia del amor”, Niclaes (1540). En ella se enumeran los ocho peldaños esenciales de los familistas para su salvación: respetar la voluntad del Señor, amar las leyes de Dios,  incorporarse como miembro al cuerpo de Cristo, reconocer el dominio de Dios, renunciar a todas las posesiones y obedecer a los ancianos, dedicarse a la tarea divina de la paz, eliminar las opiniones privadas para seguir la unción del santo Espíritu, aceptar la nueva vida llena de amor, gracia y sabiduría. Aunque en adelante Plantino seguirá al secesionista Barrefelt o Hiël (luz de Dios en hebreo), lo que importa es el amor a Dios. El dogma y los ritos son de poca importancia; la tolerancia y el respeto hacia quienes tengan diferente opinión, un deber, una obligación.

 

Estos planteamientos atraen a Plantino, a Montano y a otros humanistas, que rechazan el cristianismo bélico y necesitan paz. Era una doctrina compatible con la propia adscripción a uno u otro bando y una premisa para la concordia.

 

Plantino al final de 1567, para resguardarse de las acusaciones de heterodoxia y  de Felipe II, prepara los textos de la Biblia políglota, que luego serán supervisados por Montano a petición del rey. Fue enviado a Amberes el 25 de marzo de 1568. Trabajó en la ordenación y revisión de la obra, editada en ocho tomos con el texto en cinco lenguas y la composición tipográfica más perfecta. Conocida como Biblia Políglota o Regia para gloria de Felipe II, que lo perpetuará a través de la historia como mecenas del libro de los libros.

 

Montano supo aprovechar la oportunidad de su cosmopolitismo para abrirse espiritualmente a nuevos vientos, fuera de España. Ave de altos vuelos. Dijeron algunos.

 

Alternaba los consejos al rey sobre la política de Flandes, la organización de la biblioteca del Escorial y la composición de diversas obras que fueron editadas.

 

La edición de la Biblia Políglota despierta recelos en la Santa Sede. Montano acude a Roma, donde consigue la aprobación del Papa. Con esto no cesan las acusaciones de infidelidad en la interpretación de los textos bíblicos. Las acusaciones formuladas ante la Santa Inquisición provienen de León de Castro, catedrático salmantino que también acusará a Fray Luis de León.

 

Ejerce como diplomático en Portugal con la difícil tarea de reconducir los propósitos de Felipe II en la unidad de la península.

 

El verano de 1580 lo pasa descansando en la Peña y en el otoño prosigue con los trabajos de catalogación en la biblioteca del Escorial que termina y completa.

 

En 1584 dimite de su cargo de capellán Real y se le permite marchar a Sevilla, durante tres años se entrega a sus estudios.

 

De nuevo es llamado a la Corte para colaborar en comisiones importantes y allí permanece hasta 1592.

 

Tiene ya Arias Montano 65 años, necesita retirarse definitivamente a Sevilla, que sólo abandonará para pasar largas temporadas en la Peña. Felipe II, acompañado de su secretario Gabriel de Zayas, iría de incógnito de Badajoz a Aracena para visitar a su consejero en aquel paraje, que tanto había elogiado en sus cartas. Testimonio de esta visita y encuentro permanecen los restos del monumento ya mencionado.

 

Todo no son alegrías, aquí en la Peña, nuevamente es acusado por Morales a causa de unas cifras sospechosas al pie de su firma. Prospera la acusación, embargan sus bienes y lo conducen a Sevilla para que responda de los cargos que se le imputan. La Inquisición lo retiene mientras dura el proceso. Las cifras representaban el vocablo hebraico “thelmi”, discípulo. Testimonio revelador de la humanidad y modestia de quien tendrá títulos y formación suficiente para proclamarse maestro.

 

Su residencia habitual en Sevilla la localizamos en el convento de Santiago de la Espada y también frecuentaba una finca de su propiedad situada en el camino viejo de Carmona, llamada Campo de Flores.

 

Fue pródigo en regalar a los pueblos cercanos a la Peña (Aracena, Alájar, Galaroza y Castaño del Robledo) ornamentos e imágenes de extremado valor. Pero el mayor beneficio que otorgara a la sierra y a la cultura sería la creación de una Cátedra de latín en Aracena.

 

Poco después de fundado el estudio en Aracena fallecía Arias Montano el seis de julio de 1598, a los setenta y un años de edad.

 

Sus restos reposarán hasta octubre de 1810 en un mausoleo en el convento de Santiago

De la Espada. Finalmente será la Universidad de Sevilla quien guarde sus restos en el pabellón de sevillanos ilustres.

 

En el testamento, dictado ocho días antes de su muerte, dispone que el patronato de la peña con su ermita y todas sus heredades y anexos, los cedía al rey y a sus herederos o sucesores de la corona Real, aplicados al Alcázar de Sevilla.

Como real sitio estuvo adscrita la Peña a los bienes del Patrimonio Real hasta el reinado de Amadeo de Saboya, quien los cedió para el disfrute de los ciudadanos de Alájar.

 

Nombró universales herederos para el remanente de sus bienes y cumplidores de su última voluntad a los religiosos del Monasterio de la cartuja de Sevilla, en cuya orden pensaba profesar para permanecer allí sus últimos días de vida aislado y silencioso.

 

Justo Lipsio, familista y humanista flamenco, hace este elogio de Montano:

 

“…las dotes que admiramos en los hombres las has alcanzado juntas. ¿Qué más santo que estudiar teología? ¿qué más raro que hablar y conocer extrañas lenguas…griego, latín, hebreo, caldeo, árabe…No sólo osas leer los poetas antiguos, sino expresarte en verso…nos cautiva la piedad y la belleza de tus himnos.

Has alcanzado, por tu ingenio, que tu mortalidad pueda acabarse, pero nunca tu vida.”

  “LA PEÑA DE ARIAS MONTANO, PATRIA ESPIRITUAL DE UN HUMANISTA” 

Como su amigo Fray Luis de León y tantos otros poetas de su tiempo, Arias Montano buscó la soledad y el contacto con la naturaleza para realizar su ideal humanista: dedicarse a la contemplación, al cultivo de la poesía y al estudio de la Sagrada Escritura. En la Peña, paraje de especial fuerza magnética que él fue enriqueciendo con árboles y fuentes hasta convertirlo en una villa renacentista, alcanzó ese sueño de paz y sosiego.

 

En sus últimos años, logró Arias Montano una forma de vida llena de armonía. Hombre sobrio de hábitos vegetarianos, vivió entregado a su tarea intelectual en unas instalaciones confortables, vivienda, estudio-escritorio y un pequeño museo donde fue reuniendo sus colecciones, recuerdos, curiosidades y piezas de arte. Y todo ello en pleno contacto con la naturaleza, en una montaña apartada, La Peña, que él cultivó con viñas, huerta, acequias, árboles, flores y fuentes.

 Comprobamos a lo largo de su biografía la importancia de este lugar. Según palabras de Carlos Sánchez Rodríguez: “La Peña es como su tierra, su patria espiritual. De allí salió y allí volvió. Punto de partida y de regreso. En medio, todo un proceso, una transformación interior...una peregrinación espiritual que comienza y termina en el mismo sitio: en la Peña” 

Héroe de su propia vida y de una época, que recorre un largo camino circular, para regresar renovado y enriquecido. Ha sido necesario ese periplo para que se produzca la madurez interior.

 “El Arias Montano que salió de la Peña en 1566 a requerimiento de Felipe II, no es el mismo que regresa a la Peña veinte años después…en 1587, a su regreso de Flandes, estaba ya de vuelta. Para ello le fue necesario recorrer mares, países, caminos y andaduras interiores” 

Como dice Mircea Eliade, los lugares que irradian especial fuerza, los espacios sagrados, no se eligen: se descubren.

 

Lola Vega y Pilar Viera

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